A casi mil años de la universidad: su rol público en la construcción de ciudadanos

 

La institución universitaria se apronta a cumplir casi un milenio de existencia, y desde su origen ha estado vinculada a las comunidades cívicas y urbanas que le dieron origen. En un inicio, formadoras de sabios, y hoy formadora de profesionales, en su profundidad se trata antes que todo de formar personas comprometidas con su desempeño en la sociedad, a través de la ciencia o el mundo laboral.
Casi un milenio después, la universidad pública orientada a la comunidad local, nacional y mundial no puede obviar el trabajo que tiene de formar ciudadanos independientes del área de conocimiento en que se desempeñe.
La universidad tiene un trasfondo humanista histórico, que se ha oscurecido en la medida que el pragmatismo se ha ido apoderando de la enseñanza. Dentro de ese ideal humanista las universidades tienen que constituirse en un espacio de formación de ciudadanos. Ciudadano en su más amplio origen etimológico, sea como polites griegos o cives romano, cuya pertenencia a la comunidad cívica involucraba no solo el derecho de participación política sino deberes comunitarios y religiosos. Sin lugar a dudas, la universidad es la responsable de entregar una formación ciudadana no solo centrada en el hacer de las prácticas tradicionales de la vida cívica, sino que por medio de una formación espiritual e intelectual que implique los conocimientos elementales de la evolución de la vida ciudadana y en comunidad.
En el mundo de las verdades a medias y de las fake news (de todos los colores políticos), y donde la fuerza de los hechos produjo una socialización política fallida centrada en la confrontación, urge el aporte que las universidades públicas puedan hacer en la socialización política, tanto a sus dicentes como a la comunidad; desde la conceptualización elemental hasta la comprensión de grandes procesos. Hoy por hoy, ese espacio ha sido copado por redes sociales y ONG’s en muchos casos de dudoso sentido de imparcialidad; de este modo para las universidades públicas, es hora de recuperar y disputar dicho espacio desde la óptica que debe primar en una universidad: la académica, alejada del proselitismo y centrada en lo formativo e investigativo.
En síntesis, por el rol público de la universidad, esta tiene por deber ético la formación ciudadana de orden humanista en un mundo globalizado, no se trata de formar un ciudadano solo para la Araucanía, sino para el mundo, retomando la idea de pertenecer a una comunidad universal. Ya lo decía el emperador Marco Aurelio en sus meditaciones: “Mi ciudad y mi patria, en tanto que Antonino, es Roma, pero en tanto que hombre, es el mundo. En consecuencia, lo que beneficia a estas ciudades es mi único bien”.

 

Dr. Andrés Sáez Geoffroy
Doctor en Historia Antigua y Máster en Estudios Históricos por la Universitat de Barcelona
Académico Departamento de Ciencias Sociales Universidad de La Frontera